Los días frágiles

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Blancanieves
22 Junio 2016

Llevaba una hora esperando el autobús,  su coche hacía cuatro días que se averió dejándola en medio de la autovía tirada como una colilla. Una colilla.., por una decrépita colilla se arrodillaría y se arrastraría como un gusano en un día tan vulnerable.  Había perdido la cuenta de cuantos días, cuántas semanas, de cuántos meses llevaba sin dar una sola calada de nicotina. Se había jactado de haber superado las semanas más difíciles, de haber rebasado los primeros meses de abstinencia y haber, de hecho, transitado ya varias etapas de esa carrera de fondo, de ese viaje al tártaro de sí misma.  Cuanto parecía en este momento necesitar un cigarrillo, un dopaje rápido, sutil, que parcheara todo ese vacío, tonto e inútil, pero vacío vertiginoso.

Subió la mirada, por fin llegó el autobús que le sacaría de ese puto pueblo donde se había mudado, bajo la inmutable y extraña mirada de aquellos enormes picos graníticos a los cuales ella también clavaba la mirada, al tiempo que se preguntaba qué tipo de experiencias viviría en aquel lugar. Todo estaba por descubrirse, un nuevo lugar, naturaleza, proyectos, era de hecho, el lugar que ella había elegido para instalar su nueva etapa vital, sin embargo, los días frágiles crecían como sombras, y si cerraba los ojos, podía sentir sobrevolar a buitres hambrientos que acechaban y amenazaban con devorarle el corazón.  Tenía miedo.

Nadie comprendería su miedo, porque a nadie se lo confesaba. Su miedo tenía origen en sus propias entrañas, y no había demasiados recursos mentales para hacerle frente. Sólo quedaba respirarlo abdominalmente e irlo pasando, como esas cosas inexorables que a cada uno le tocan.

Y se sentó a esperar, en el filo de la resistencia, en algún rincón poco visible donde no fuese juzgada. Se mantendría hundida entre nenúfares y musgos, quizás expuesta a la mordedura de las serpientes, pero decidió quedarse allí, en silencio, y con el corazón silente, como la madre que aguarda, el regreso de sus amados hijos.